El miedo de hablar de política
Hablar de política se ha convertido en un terreno resbaladizo y, para muchos, una práctica casi proscrita. Este fenómeno no es exclusivo de Argentina, pero en nuestro país adquiere matices particulares. La combinación de altos niveles de patronazgo político y un mercado laboral precario genera un clima de temor y autocensura. La asociación con determinadas ideas políticas puede tener consecuencias en el ámbito laboral, social e incluso familiar. Ante esta realidad, muchos optan por el silencio.
En contextos donde el patronazgo domina las relaciones laborales y políticas, la expresión de ideas disonantes puede significar perder oportunidades, trabajos o hasta relaciones personales. Este miedo no solo se basa en amenazas implícitas, sino en experiencias concretas de represalias y exclusión. Por eso, la política, que debería ser un espacio de discusión pública y colectiva, se transforma en un tema tabú.
La hegemonía de la antipolítica mileísta
En este contexto de silencios y temores, la narrativa antipolítica de Javier Milei se ha posicionado como hegemónica. Su discurso, que critica las estructuras políticas tradicionales y promueve un individualismo exacerbado, conecta con una sociedad cansada de la corrupción y las promesas incumplidas. Sin embargo, esta postura también refuerza la idea de que involucrarse en política es peligroso o irrelevante.
El progresismo, el kirchnerismo y el peronismo, que durante mucho tiempo representaron visiones políticas alternativas y movilizadoras, han caído en una espiral del silencio. Frente a la avanzada mileísta, estos espacios han perdido capacidad de respuesta efectiva y no han sido capaces de construir narrativas atractivas que desafíen la hegemonía actual. Este vacío de liderazgo y propuestas contribuye a la sensación de desaliento colectivo.
La corriente de opinión mileísta
La opinión pública favorable a Milei no es homogénea, pero comparte ciertos rasgos comunes: un rechazo visceral a la clase política tradicional, una idealización del mercado como regulador único y una desconfianza profunda hacia las instituciones estatales. Esta corriente encuentra en las redes sociales un espacio clave para su reproducción y ampliación, alimentada por discursos incendiarios que apelan más a las emociones que a los argumentos. A demás se asienta en este ethos privatista que desplaza a la política del ámbito público al privado.
Opinión pública: nuestra piel social
La opinión pública es nuestra piel social: aquello que nos conecta y nos define en lo colectivo. No se limita a encuestas o titulares, sino que incluye las conversaciones cotidianas en un bar, las publicaciones en redes sociales y las discusiones en la mesa familiar. Es el ámbito donde se expresan, negocian y transforman las ideas y valores de una sociedad.
Sin embargo, esta piel social está profundamente marcada por tensiones y contradicciones. Por un lado, vivimos una paradoja donde la vida privada se hace pública a través de las redes, mientras que los medios económicos para subsistir se privatizan cada vez más. Esta dualidad genera tensiones vitales: queremos participar y ser escuchados, pero tememos las consecuencias de nuestra exposición en un mundo precarizado.
La necesidad de romper el silencio
Ante este panorama, la pregunta crucial es: ¿qué podemos hacer para romper el silencio? La respuesta no es sencilla, pero un primer paso es reconocer que la opinión pública no es un ente abstracto, sino el reflejo de nuestras interacciones cotidianas. Hablar de política, aunque sea en pequeños espacios y con cautela, es un acto de resistencia frente a la hegemonía del miedo y la antipolítica.
Sin embargo, esta piel social está profundamente marcada por tensiones y contradicciones. Por un lado, vivimos una paradoja donde la vida privada se hace pública a través de las redes, mientras que los medios económicos para subsistir se privatizan cada vez más y la participación en la sociedad del consumo correlativamente también. Consumir nos subjetiva en una sociedad capitalista. La exposición constante en redes sociales convierte aspectos antes íntimos en temas de escrutinio público, mientras que la precarización laboral genera incertidumbre y una posición precaria para opinar. Cuando se pone en juego relaciones laborales, económicas o sociales es un costo alto tener una opinión propia. Esto sumado a la concentración de recursos generan inseguridad económica y dependencia.
Todo esto conforma un combo en el que la conformidad con el grupo como señalaba Solomon Asch nos constriñe a no opinar.
Así, factores ambientales, económicos, culturales y sociales se suman a la dinámica espiral del silencio impulsando el acallamiento de la política y su corrimiento al ámbito privado.
Romper el silencio implica también construir narrativas que desafíen las fácilmente aceptadas, que propongan alternativas reales y que reconozcan las complejidades de nuestra realidad. Solo así podremos reconstruir un espacio público donde la política vuelva a ser lo que debería ser: un medio para transformar nuestra vida en común.


Deja un comentario