Análisis de la Crisis de valores en el Gobierno de Córdoba*

El colapso de un discurso

Cuando la legitimidad se construye sobre promesas de eficiencia y transparencia, los errores no son solo errores: son traiciones. Y cuando la política deja de pensarse como una construcción colectiva para devenir en un dispositivo de gestión empresarial, lo que se pierde no es solo el rumbo, sino el sentido mismo de lo público. La crisis que hoy atraviesa el gobierno de Córdoba, detonada por el caso de la empleada “ñoqui” en la Legislatura, no es solamente un escándalo de corrupción. Es la expresión visible de una crisis de valores mucho más profunda: el agotamiento histórico del discurso neoliberal que organizó al peronismo cordobés desde 1987 y devela que el dispositivo de gestión gerencial sostenido en los objetivos empresariales ha restado tanto margen a la política que las practicas que pretendía combatir, proliferan.

El peronismo cordobés y el discurso neoliberal como horizonte de sentido

Desde el retorno a la democracia, pero con particular énfasis desde 1987, el peronismo en Córdoba articuló su hegemonía en torno a una resignificación del discurso peronista desde claves neoliberales. Unión por Córdoba (hoy Hacemos Unidos) fue más que una coalición electoral: fue una apuesta por reformar el Estado mediante la incorporación de tecnologías de gobierno inspiradas en la lógica empresarial, el profesionalismo técnico y la individualización de la responsabilidad social. Bajo esta matriz, la política se subordinó al saber experto, el Estado se convirtió en gestor y la ciudadanía en cliente. El neoliberalismo —más que un conjunto de políticas— fue un horizonte cultural que organizó sentidos, expectativas y formas de legitimación.

En este marco, los significantes transparencia y eficiencia se volvieron ejes discursivos centrales. Su fuerza no radicaba en su contenido fijo, sino en su capacidad para articular demandas sociales heterogéneas: el cansancio frente al clientelismo tradicional, la desconfianza hacia lo público, el deseo de orden y previsibilidad. De este modo, la legitimidad del accionar estatal dejó de descansar en la representación política o en el conflicto de intereses, y pasó a fundamentarse en una lógica racional-instrumental, típicamente empresarial. Los funcionarios eran elegidos por su currículum, no por su trayectoria partidaria. El lenguaje de la política fue desplazado por el de la administración. Gobernar era gerenciar.

La contradicción entre discurso y práctica

Este modelo logró estabilizarse durante décadas gracias a una capacidad extraordinaria de gestión del consenso. Pero toda hegemonía, por más sólida que parezca, es contingente. Y lo que la reciente crisis en la Legislatura ha revelado no es solo una práctica corrupta, sino la contradicción fundacional entre el discurso neoliberal del peronismo cordobés y sus condiciones reales de sostenimiento.

Cuando un operador político del PJ es descubierto intentando cobrar el sueldo de una empleada que nunca fue a trabajar, y cuando ese sueldo fue gestionado por una legisladora oficialista con rango de vicepresidenta, no estamos ante una falla puntual del sistema: estamos ante la revelación de sus condiciones ocultas de funcionamiento. Aquello que se presentaba como gestión moderna, técnica y profesionalizada, se sostiene, en parte, sobre redes informales de lealtades, favores y punteros tanto con sectores sociales, como empresariales. Lo que era transparencia deviene opacidad. Lo que era eficiencia se revela como simulacro.

Una crisis fundacional

Por eso decimos que esta no es una crisis más. Es una crisis fundacional, en tanto socava los valores que daban sentido y legitimidad a todo un orden político. Se rompe la relación entre el discurso y la práctica; entre la imagen proyectada y la estructura que la sostiene. Y en ese hiato es donde se cuela la desconfianza ciudadana, la protesta social, la parálisis institucional.

Desde la Comunicación Política, esto representa una crisis de framing: los marcos interpretativos que el gobierno proponía ya no logran organizar el sentido público de sus acciones. Desde la gestión de crisis, es una catástrofe: porque el sistema de respuestas está diseñado para apagar incendios técnicos, no para contener una crisis moral. Pero sobre todo, desde la teoría política, es un síntoma del agotamiento de un discurso que ya no puede garantizar consenso, porque ya no puede ofrecer futuro.

El Estado como empresa, la ciudadanía como clientes

Uno de los efectos más perniciosos de esta hegemonía neoliberal aplicada al Estado ha sido la reducción del conflicto político a un problema técnico, y de la ciudadanía a una masa de consumidores. El ideal de gestión sin política —aparentemente neutral— no solo ha invisibilizado las desigualdades estructurales, sino que ha despolitizado la esfera pública, desactivando mecanismos de control y rendición de cuentas.

Así, cuando el gobierno cordobés dice que auditará a más de mil contratados, pero no publica la lista; cuando la vicegobernadora viaja al exterior en medio de un escándalo y a su regreso habla de “cazar fantasmas”; cuando los partidos de la oposición deben publicar por su cuenta los nombres de sus asesores porque la Legislatura no lo hace… lo que se revela no es solo una mala comunicación. Se revela la bancarrota simbólica del discurso que legitimaba esa arquitectura de poder.

Una oportunidad histórica

Sin embargo, toda crisis es también una oportunidad. El colapso de este discurso puede abrir una ventana para repolitizar el espacio público, para volver a discutir el sentido del Estado, para reemplazar la lógica empresarial por una lógica democrática. Pero eso requiere coraje político. Requiere salir del cinismo que sostiene que “todos son iguales”, y de la comodidad tecnocrática que cree que basta con auditar y profesionalizar.

Lo que necesitamos es una nueva narrativa pública capaz de reconciliar transparencia con representación, eficiencia con justicia social, gestión con participación. Una narrativa que no niegue el conflicto, sino que lo organice democráticamente. Que no nos trate como clientes, sino como ciudadanos.

Porque si esta crisis de valores no nos mueve a revisar el modelo político en su conjunto, entonces no habremos aprendido nada. Y la próxima vez que el gobierno intente sostener un modelo empresarial como adalid de la transparencia, no nos sorprenderá. Solo nos resignaremos.

Y la resignación, ya lo sabemos, es el principio del colapso


*Escrito parcialmente con IA


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