Ideología, subjetividad y sentidos comunes en la disputa por el Estado
Hay quienes insisten en que las ideologías han muerto. Que ya nadie cree en relatos completos, que la política se volvió puro pragmatismo y que el ciudadano promedio no tiene tiempo (ni ganas) de pensar en términos abstractos. Sin embargo, basta con prestar atención a los discursos que circulan—en la tele, en los medios, en la calle, en los memes—para notar que algo persiste. No las ideologías en su forma clásica, tal vez, pero sí sus huellas, sus fragmentos, sus formas de ver el mundo.
Este post no busca revivir viejas ortodoxias. Más bien, propone algo distinto: leer la ideología no como un sistema cerrado, sino como un conjunto de sentidos disponibles, como una caja de herramientas simbólica que usamos—muchas veces sin saberlo—para entender el mundo, para ubicar culpables, para imaginar soluciones.
Vamos a explorar tres grandes arquetipos ideológicos que siguen operando como marcos de sentido: el liberal, el marxista y el neoweberiano. No como doctrinas puras, sino como estructuras narrativas que moldean nuestra percepción del Estado, de la justicia, del orden social. Y luego, vamos a dar un paso más: entender cómo estos arquetipos se reconfiguran en la subjetividad contemporánea, y cómo emergen en la opinión pública en formas inesperadas, parciales, contradictorias.
Como ejemplo, nos vamos a detener en el caso de Javier Milei. No por fascinación, sino porque su ascenso muestra con claridad cómo un arquetipo ideológico puede activarse en el momento justo, en el terreno emocional adecuado, para estructurar una forma de mirar la realidad. Libertad, Estado mínimo, liderazgo mesiánico: todo eso aparece, no como un programa coherente, sino como una respuesta afectiva al encierro, al hartazgo, al deseo de romper con todo.
Tres arquetipos para pensar el Estado
Aunque parezca que todo es caos, que la política es puro oportunismo y que nadie sabe lo que quiere, debajo del ruido siguen operando ciertas estructuras. No se ven a simple vista, pero están ahí, organizando lo decible, lo pensable, lo imaginable. Son formas ideológicas persistentes que, aunque ya no se presenten como doctrinas cerradas, siguen funcionando como arquetipos. Marcos simbólicos. Esquemas de interpretación.
El liberal: el individuo, el mercado, el enemigo Estado
El arquetipo liberal parte de una figura central: el individuo racional, autónomo, emprendedor. El Estado, en esta visión, aparece como una amenaza—una máquina de obstáculos, impuestos, regulaciones, privilegios. El mundo, en cambio, se ordena solo si se deja fluir el mercado, ese espacio abstracto donde las voluntades libres encuentran su equilibrio.
La libertad, acá, se piensa en negativo: ser libre es que no te jodan. Que no te digan qué hacer, que no te saquen lo tuyo, que no te metan en problemas que no causaste. La política se vuelve un problema: cuanto menos, mejor.
El marxista: lucha de clases, conflicto estructural, emancipación
El arquetipo marxista gira en torno al conflicto. Nada es neutral: toda institución, toda ley, toda política pública está atravesada por relaciones de poder. El Estado, en esta narrativa, no es neutral: es un campo de disputa, una herramienta que puede servir tanto para dominar como para liberar.
El sujeto no es un individuo aislado, sino un miembro de una clase social. La libertad no es simplemente “no interferencia”, sino emancipación de estructuras que nos oprimen. No hay solución técnica: hay lucha, hay antagonismo, hay proyecto colectivo.
El neoweberiano: orden, legalidad, gestión racional
El tercer arquetipo es más frío, más administrativo. Es el que ve en el Estado una maquinaria que puede y debe funcionar bien. No se trata de achicarlo ni de capturarlo, sino de hacerlo efectivo. El sujeto ya no es un héroe de la libertad ni un explotado que resiste, sino un ciudadano que exige servicios, resultados, transparencia.
Este arquetipo piensa el Estado como un lugar complejo donde cohabitan proyectos políticos diferentes, y que del juego resultante de la interacción de los elementos de ese sistema surgen políticas que son la expresión del gobierno como sujeto director de la sociedad, y efectivizadas por la burocracia como estructura institucional de soporte de las decisiones gubernamentales. Esto ocurre en un contexto de gobernanza, sobre distintos temas y problemas en agenda, sobre los cuales comunican, actúan, inciden y deciden una multiplicidad de actores y redes de asuntos públicos”.
| Arquetipo | Sujeto central | Visión del Estado | Libertad entendida como | Enemigo simbólico |
|---|---|---|---|---|
| Liberal | Individuo emprendedor | Obstáculo, parásito | No interferencia | El Estado, los impuestos |
| Marxista | Clase trabajadora | Herramienta de dominación/emancipación | Emancipación colectiva | El capitalismo, la oligarquía |
| Neoweberiano | Ciudadano técnico | Máquina racional-legal | efectividad + eficiencia+ realización derechos | El caos, el populismo, las corporaciones |
Ideología sin doctrina: fragmentos, afectos y sentido común
Vivimos en una época donde casi nadie se reconoce como “ideológico”, pero todos opinan sobre todo. Se discute en la cola del banco, en el asado, en Twitter, en los grupos de WhatsApp. La ideología ya no se presenta como un manual cerrado, sino como un conjunto disperso de sentidos, emociones, imágenes y frases hechas que flotan en el aire. Que se activan cuando el contexto lo permite.
El ciudadano promedio no porta en su cabeza una teoría política. No hace falta. Lo que sí tiene es un repertorio de ideas sueltas, imágenes grabadas por los medios, experiencias personales, intuiciones morales. Y cuando esos fragmentos coinciden con su malestar, con su deseo, con su miedo o con su bronca, se articulan. Arman un relato. Se transforman en opinión.
Lo que antes era un discurso ideológico, hoy opera como un arquetipo latente. No se lo declara, se lo vive. Y muchas veces, se lo milita sin saberlo. Alguien que pide “que se vayan todos” puede estar expresando una demanda de justicia social, una necesidad de orden o una fantasía de libertad absoluta. Todo depende de qué sentidos estén disponibles en ese momento, en ese contexto, en ese clima.
La ideología se volvió afectiva. Se conecta más por lo que se siente que por lo que se piensa. El miedo al descontrol, la bronca contra los privilegios, la esperanza de un cambio verdadero… todo eso circula, y cuando encuentra una forma simbólica que lo exprese, se activa. Y ahí es donde los arquetipos vuelven a tener fuerza.
| Antes (Ideología clásica) | Hoy (Arquetipo ideológico) |
|---|---|
| Sistema coherente de ideas | Fragmentos sueltos y emocionales |
| Militancia doctrinaria | Opinión pública y sentido común |
| Lectura estructural del mundo | Reacción subjetiva y afectiva |
| Identidad ideológica explícita | Identificación parcial, latente |

La ideología ya no se transmite como doctrina, sino como una red de sentidos disponibles. Fragmentos que se articulan según el contexto emocional y social
Milei y el arquetipo liberal extremo
El caso Milei es un ejemplo paradigmático de cómo un arquetipo ideológico puede activarse con fuerza en un contexto determinado. No estamos ante una teoría política sofisticada ni ante un programa económico coherente: lo que Milei encarna es una forma simbólica poderosa, un relato emocionalmente eficaz que conecta con malestares sociales profundos.
En su figura convergen varios elementos del arquetipo liberal clásico, pero llevados al extremo: la exaltación del individuo frente al Estado, la idea del mercado como única fuente legítima de orden, y la libertad entendida como el derecho absoluto a que nadie te diga qué hacer. Pero lo interesante no es solo el contenido del mensaje, sino el modo en que ese mensaje se vuelve creíble y deseable en un momento histórico específico.
La pandemia dejó marcas profundas. El encierro, el control estatal, la sensación de impotencia colectiva generaron un caldo de cultivo perfecto para que la idea de “libertad” recobrara fuerza. Pero no cualquier libertad: una libertad cargada de rabia, de desconfianza, de hartazgo. Una libertad antiestatal, visceral, reactiva. Milei capitaliza esa energía. La canaliza. La convierte en identidad política.
Su narrativa es simple, binaria, emocional: el Estado es una casta parasitaria, vos sos el héroe que labura, y él es el único que te dice la verdad. En ese esquema, no hay grises. No hay política en el sentido clásico. Hay una batalla moral, casi religiosa, entre el bien (la libertad individual) y el mal (el Estado corrupto).
Este arquetipo no solo interpela desde las ideas, sino desde el cuerpo: lo que se activa en el votante no es un razonamiento económico, sino una experiencia afectiva. El fastidio con el burócrata, la bronca con el político acomodado, la sensación de haber sido encerrado y abandonado. Todo eso se sintetiza en un grito: “¡Viva la libertad, carajo!”
Milei no inventó ese grito. Lo escuchó. Lo interpretó. Y supo ponerle forma. Su éxito no reside en convencer, sino en encarnar. No ofrece argumentos: ofrece sentido. Y ese sentido se apoya en un arquetipo que lleva siglos circulando, pero que en ciertos contextos cobra una fuerza inusitada
Una brújula ideológica para tiempos confusos
Entender los arquetipos ideológicos no es un ejercicio académico. Es, en estos tiempos, una necesidad política. Porque si no leemos los sentidos que circulan, terminamos atrapados en el ruido. Reaccionamos sin comprender. Opinamos sin herramientas. Nos indignamos sin estrategia.
Los arquetipos son como brújulas culturales: no nos dicen qué camino tomar, pero nos permiten entender en qué mapa estamos. Nos ayudan a identificar las coordenadas simbólicas con las que se construyen las narrativas de la política. Y, sobre todo, nos permiten disputar sentido.
El escenario argentino actual está atravesado por una crisis de representación, una fatiga democrática y una ansiedad social profunda. En ese terreno movedizo, los discursos ideológicos no se presentan como grandes teorías, sino como pequeñas certezas. Como intuiciones morales, como gestos, como afectos.
Frente a eso, no alcanza con repetir slogans. Necesitamos sensibilidad, escucha, análisis. Y también herramientas.
8 tips para leer los arquetipos ideológicos en acción
- Prestá atención a los enemigos simbólicos. ¿A quién se culpa de los problemas? ¿El Estado, los ricos, los planeros, la casta, el caos?
- Identificá la figura del héroe. ¿Es el individuo libre? ¿La clase trabajadora organizada? ¿El técnico eficiente? Eso define mucho.
- Escuchá cómo se usa la palabra “libertad”. Es un término clave que cambia de sentido según el arquetipo.
- Detectá el tipo de soluciones propuestas. ¿Privatizar? ¿Reformar el Estado? ¿Repartir la riqueza? Cada propuesta revela su marco.
- Observá el tono emocional del discurso. Bronca, miedo, esperanza, indignación: las emociones activan arquetipos.
- Fijate si se apela a la gestión o a la épica. ¿El discurso promete eficiencia o revolución?
- Reconocé el lugar que ocupa el Estado. ¿Es un problema, una herramienta, una estructura que hay que mejorar?
- No busques coherencia total. La mayoría de las veces, los discursos son híbridos. Lo importante es detectar qué sentidos dominan.
La política no se hace solo con ideas. Se hace con pasiones, con símbolos, con relatos. Pero las ideas importan. Porque incluso los relatos más emocionales descansan sobre esquemas de sentido que podemos leer, analizar y disputar. Entender los arquetipos ideológicos es el primer paso para no perderse en el ruido. Los arquetipos ideológicos se suman al análisis de los comportamientos de las personas para comprender y explicar las decisiones y redes de sentidos que llevan a las personas a actuar, decidir, votar de una determinada manera, en un determinado contexto.
*Escrito con asistencia de IA


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