¿Qué carajo hacemos con lo que sabemos?*

En Argentina, miles de jóvenes profesionales menores de 40 años —formados en universidades públicas y privadas, con posgrados, idiomas, y experiencia en investigación, políticas públicas o gestión— estamos fuera de los equipos de gobierno. No es por falta de capacidad ni de voluntad. El problema es que los espacios para transformar la realidad están cerrados con doble candado: la precarización y la lógica clientelar.

El mito del “equipo técnico” y la realidad de la beca eterna

En los últimos veinte años se ha instalado un discurso político que reivindica la profesionalización del Estado. Sin embargo, en la práctica, lo que predomina es la incorporación de jóvenes mediante becas, pasantías, contratos basura o directamente trabajos ad honorem. Un informe del CIPPEC (2022) advierte que más del 40% del personal en áreas clave del Estado nacional tiene vínculos laborales no permanentes, con alta rotación y baja estabilidad. El fenómeno es aún más crítico en provincias y municipios.

La política sigue operando bajo una lógica de “padrinazgos” y lealtades personales. En lugar de armar equipos de gestión con profesionales formados, los liderazgos se rodean de militantes obedientes, familiares, o figuras mediáticas. Así, la política se vuelve impermeable al conocimiento y a la innovación, reproduciendo estructuras de poder que tienen más de siglo XIX que de siglo XXI.

Profesionales formados, sin lugar

Según datos del Observatorio de Empleo y Dinámica Empresarial (OEDE), la tasa de subocupación entre jóvenes profesionales con estudios de posgrado es del 23% en Argentina, frente al 11% en promedio en América Latina (CAF, 2023) y menos del 5% en Estados Unidos (Bureau of Labor Statistics, 2022). Estamos desaprovechando talento. Y no se trata solo de una injusticia laboral: es una ineficiencia sistémica que afecta la calidad del gobierno y la democracia.

¿Y si también es culpa de los partidos?

Parte del problema está en la crisis de representación de los partidos políticos. Las estructuras partidarias tradicionales están más ocupadas en disputar cargos que en construir programas. Los equipos técnicos aparecen solo en campaña o como legitimadores simbólicos. Los liderazgos, incluso los más modernos, siguen decidiendo en soledad o en mesas chicas. La política no distribuye poder, ni tampoco distribuye conocimiento ni recursos.

Esto genera un desfasaje: la “elite ilustrada” de profesionales de lo público no encuentra lugar en los espacios donde se decide. Muchos terminan migrando a ONGs, universidades, organismos internacionales o incluso al sector privado, con suerte. Otros —con frustración o pragmatismo— se inclinan por opciones como el PRO o La Libertad Avanza, donde al menos encuentran un discurso de eficiencia, mérito y orden, aunque luego se topen con el mismo desprecio por el saber.

¿Una generación sin lugar o un nuevo sujeto político?

La pregunta es inquietante: si la política no cambia su lógica, si sigue precarizando y cerrando puertas, ¿Nos resignamos a esperar una oportunidad? ¿Nos vamos del país? ¿Creamos espacios nuevos?

Las transformaciones de la cuarta revolución industrial, con la automatización y la inteligencia artificial, están cambiando el mundo del trabajo. Pero la política argentina parece no haberse enterado. Todavía discute con categorías del siglo XX, mientras el siglo XXI exige políticas basadas en evidencia, innovación en la gestión pública y apertura a nuevos liderazgos.

Este no es un lamento generacional, sino un llamado. No podemos seguir regalando saber a un sistema que no lo valora. Si los partidos no se abren, habrá que construir por fuera o por encima. La inteligencia, el compromiso y la formación están. Solo falta que haya política para recibirlos.

¿Qué carajo hacemos con lo que sabemos? Quién sabe…


*Escritura asistida con IA


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