Más del 48 % de los hogares argentinos —casi la mitad del país— se ve obligado a saltear alguna comida diaria por falta de plata. No estamos hablando de reducir porciones, ni de dejar las salidas al restaurante. Estamos hablando de que el desayuno, el almuerzo o la cena desaparecen de la rutina diaria porque no alcanza. Ni para pan.
Lo dijo el último informe del Instituto de Estadísticas y Tendencias Sociales y Económicas (IETSE) en abril de 2025, y lo confirma una encuesta nacional publicada por Página/12: miles de hogares comen una vez al día, o directamente no comen. Los chicos, las madres, los jubilados. No es una imagen lejana ni marginal: es el país real. El de la heladera vacía y el estómago que cruje.
Al mismo tiempo, la participación electoral está en caída libre. En las últimas elecciones provinciales, más del 35 % del padrón no fue a votar. ¿Falta de interés? ¿Antipolítica? No. Falta de fuerza. Falta de sentido. Falta de pan.
No se puede pedir lucidez cívica en una sociedad que no tiene asegurada ni la merienda. ¿Cómo va a tener energía para discutir modelos de país quien pasa el día contando los pesos para comprar un paquete de arroz? El debate político se vuelve un ruido lejano cuando el cuerpo exige algo mucho más primario: sobrevivir.
La gente no está apática. Está agotada. Psicológica y emocionalmente desgastada. La incertidumbre económica, el cinismo de muchos dirigentes, y la violencia simbólica de discursos que responsabilizan a los pobres de su pobreza, desactivan cualquier impulso de participación. Lo que aparece como desinterés es, en realidad, una mezcla de hambre, bronca y desesperanza.
Hay quienes siguen esperando que “la gente reaccione”. Que “se despierte”. Pero en Argentina la reacción no llega porque el cuerpo no da más. Porque la política, cuando no resuelve lo básico, se vuelve ajena. Un lujo de clase.
Con hambre no se puede votar.
No porque falte voluntad, sino porque falta todo lo demás.
Y mientras no podamos garantizar que todos coman todos los días,
la democracia será una promesa hueca, dicha con la boca seca.
Hay hambre y hambre de legitimidad democrática y ese hambre tiene nombre: Javier Milei.


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